La palabra placebo era ya conocida desde tiempos bíblicos, pero no es hasta el siglo XVIII, cuando por primera vez el término fue definido en un diccionario médico como medicamento común y, en una edición posterior, como algo que simula ser un medicamento.
El Efecto Placebo forma parte de nuestra vida cotidiana, siendo popularmente conocido y utilizado tanto por el público general como por la comunidad médica, en aquellas patologías que puedan ser susceptibles a ser “tratadas” de esta manera. Todas las personas, de una forma u otra, somos susceptibles a sentir el Efecto Placebo, si bien existe variabilidad entre individuos. Algunos estudios afirman que aproximadamente el 35% de las personas son susceptibles, aunque en función de la forma de administración y el contexto en el que se administre, prácticamente el 100% son sensibles a este efecto. Tanto es así, que está descrito y estudiado el “placebo por poderes”, consistente en que es el observador, y no el individuo que recibe el placebo, quien percibe la mejoría. Este fenómeno se da especialmente en padres que perciben mejoría en sus niños / bebés cuando se les administra un placebo. El bebé, por su condición, no puede informar de mejoría o no mejoría, sin embargo, los padres sí se ven influenciados si creen que a su hijo le han administrado un verdadero fármaco. Este fenómeno está descrito en observadores de placebos aplicados en animales, e incluso a plantas.
El origen del fenómeno no está claro, y varía en función de los síntomas con los que sean tratados. En líneas generales, la respuesta a placebo se da en aquellos síntomas con alto contenido subjetivo y poco cuantificable / objetivable (dolor, ansiedad, depresión, etc.), por lo que en aquellos síntomas psicológicos y conductuales será más obvio el efecto. Como marcador biológico, el uso de substancias placebo induce en el cerebro la liberación de dopamina, neurotransmisor implicado en percepción subjetiva de placer y bienestar.
El Efecto Placebo es de vital importancia en la moderna investigación en farmacología. Para que un nuevo medicamento pueda considerarse “efectivo” debe ser evaluado “contra placebo”. Esto significa que el potencial futuro medicamento debe proporcionar una mejora significativa de los síntomas respecto a un placebo. De este modo, en los ensayos clínicos (pruebas que se realizan a los fármacos antes de que los médicos puedan recetarlos) de los nuevos medicamentos, a un grupo de personas se les administrará placebo, y a otros la nueva substancia sobre la que se está investigando. En todos los casos, ni el científico prescriptor ni el paciente voluntario deben saber si lo que toman es una medicina o un placebo (ensayo “doble ciego”). Si el nuevo medicamento obtiene unos mejores resultados que el placebo, habrá superado el test de efectividad.
Por el contrario, en el efecto placebo, no todos los usos son beneficiosos, existiendo el efecto nocebo, que podemos definir como la percepción de efectos secundarios negativos en una substancia farmacológicamente inocua, en base a las malas expectativas o miedos del paciente sobre éste. También el efecto placebo se halla en la base de los efectos “beneficiosos” que se atribuyen terapias no probadas científicamente. Este efecto, como se ha dicho anteriormente, es especialmente llamativo en aquellos síntomas esencialmente subjetivos, pudiendo ser un gran riesgo para la salud en los síntomas que formen parte de enfermedades médicamente graves en lo que la intervención médica y farmacológica sea fundamental. De este modo, el riesgo radica en que puede interferir y/o demorar el tratamiento médico científicamente efectivo, con el consecuente riesgo para la salud y la vida del paciente.
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