Sobre la mentira pende una intensa mala reputación. ¿Cuántas veces nos dijeron, “no se dicen mentiras”? Sin embargo, reflexionando sobre esto, creemos que nuestra sociedad no está preparada para la sinceridad absoluta. Mentimos continuamente y sobre todo a nosotros mismos.
El engaño y la mentira son elementos de interacción social absolutamente extendidos en el funcionar de las sociedades, forman parte de la naturaleza humana y están presentes tanto en la esfera personal como en la vida social.
A lo largo de la historia de la filosofiía, son muchos los pensadores que han intentado aportar su granito de arena a este concepto. San Agustín distingue ocho tipos de mentiras: las mentiras en la enseñanza religiosa; las mentiras que hacen daño y no ayudan a nadie; las que hacen daño y sí ayudan a alguien; las mentiras que surgen por el mero placer de mentir; las mentiras dichas para complacer a los demás en un discurso; las mentiras que no hacen daño y ayudan a alguien; las mentiras que no hacen daño y pueden salvar la vida de alguien, y las mentiras que no hacen daño y protegen la «pureza» de alguien. Por otra parte, San Agustín aclara que las «mentirijillas» no son en realidad mentiras. Tomás de Aquino, por su parte, distingue tres tipos de mentiras: la útil, la humorística y la maliciosa.
Mentir es un arte, y para ser creible la mentira debe parecer aceptable y organizarse de una manera racional. En la historia del engaño, contamos con numerosos embusteros célebres que se han labrado un prestigio gracias a sus técnicas, secretos y manipulaciones. Pinocho, Odisea, Yago (Otelo), o el Conde de Montecristo, son algunos ejemplos en el ámbito de la mentira.
Mentir a los demás y a uno mismo, es algo inevitable. Partiendo de que nuestras percepciones, influidas por factores internos e externos a nuestro organismo, falsean la realidad, hacen que mentirse a sí mismo sea natural e ineludible. Mentimos todos, a los demás y a nosotros mismos.
Los mecanismos del autoengaño desempeñan un papel importante en el mantenimiento de nuestro equilibrio fisiológico, psicológico y relacional. La mentira puede tener un efecto benéfico ya que nos protege y nos ayuda a adaptarnos a la realidad. Se acude al autoengaño para evitar asumir los efectos de nuestros actos al no ver ciertos aspectos personales o del entorno que resultan desagradables, al fingir y disimular lo que se siente o al justificarse para salir airoso de una situación.
El autoengaño es inherente a la condición humana, por lo que mentirse a uno mismo, no puede ser considerado reprobable. Pero las formas de autoengaño benéfico también pueden convertirse en dañinas. El autoengaño nos convence de que la realidad es como quisieramos que fuese y no como es. Acaba por impregnar de senderos obtusos, nuestra conciencia y la voluntad personal, haciéndonos víctimas no conscientes de ella, dirigiendo nuestras vidas y tomando en ocasiones un camino que tiene aparejado una serie de consecuencias.
Ignorar la situación real puede conducirnos a una realidad distorsionada. En esta «ilusoria realidad particular», los que estamos fuera de ella y lo vemos con mayor objetividad, no siempre salimos bien parados. Romper la «verdad irreductible», no es tarea fácil.
Lo que más debemos hacernos reflexionar sobre este tema es cuando el autoengaño se halla en la base de trastornos adictivos y de dependencia emocional, entre otros. Cuando las ideas y creencias permanecen y se retroalimentan, se obstaculiza la toma de conciencia del problema y la adopción de soluciones.
Decía Hemingway que vivimos esta vida como si llevásemos otra en la maleta: un puro autoengaño para pasar de puntillas por la misma sin importarnos demasiado si la vivimos o la desperdiciamos.
Para cualquier duda, consulta o si desea ampliar información, puede ponerse en contacto con nuestro servicio de Psicología.
Si te ha parecido de tu interés, comparte este artículo.
Santa Cruz de Tenerife, 11 de diciembre de 2017
Centro Neurológico Antonio Alayón, Santa Cruz de Tenerife.
Psicología.
[/vc_column_text][/vc_column][/vc_row]